Nació en 1879 y murió en 1930; es considerado el novelista hispánico más exquisito del s. XX. Su vida transcurrió en su Alicante natal hasta la primera década del siglo, cuando se trasladó a Barcelona para trabajar en la inconclusa Enciclopedia sagrada, y luego, desde 1921 hasta su muerte, en Madrid, donde ocupó un puesto en el Ministerio de Instrucción Pública. Reconocido en los círculos literarios españoles desde que le concedieron el primer premio de novela organizado por El Cuento Semanal, en 1908, colaboró en los más importantes periódicos de Madrid (Heraldo, El Imparcial, ABC) y de Barcelona (Diario de Barcelona, La Vanguardia, La Publicidad) y hasta de Buenos Aires (la revista Caras y Caretas o el diario La Nación). Su concepción novelística, plena de hiperestesia, con un amplísimo vocabulario y una forma narrativa a menudo fragmentaria, lo empareja con los planteamientos de sus contemporáneos como Proust o Wolf, al tiempo que le procuró una notoria influencia sobre los narradores españoles inmediatamente siguientes o llamados de la República, e incluso entre los poetas del 27. No obstante, su popularidad aquejó siempre el prejuicio sobre la insustancialidad de sus argumentos, cuando en absoluto lo son; al contrario, el gran tema de su novelística fue la huella del tiempo sobre los sentimientos humanos. Sus títulos más conocidos son Nuestro padre San Daniel (1921) y su continuación El obispo leproso (1926), o su casi biográfica El libro de Sigüenza (1917) o la colección de relatos Años y Leguas (1928). Las cerezas del cementerio (1910) es su primera novela de madurez y, por tanto, donde hallamos ya los portentosos elementos que caracterizarán su narrativa.