«¡No, gracias! ¡Suficiente con las cargas propias de la vida para agregarle también un dios con látigo en mano para zurrarme cada vez que, según sus estándares, yo metiera la pata! ¡No, gracias, de nuevo! Eso quedó atrás. ¡Yo nunca voy a volver a una iglesia!». Eso pensó Isabel por...
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