Carre (A Coruña, 1969) era un muchacho y ya sentía curiosidad por descubrir el mundo con la cámara Yashica de su padre. Vio la Olimpiada de Barcelona en diferido, sentado en una garita de vigilancia de un polígono industrial, turno de noche.
Tras una aluminotermia fallida que casi incendia su casa, vendió su laboratorio clandestino y compró un Fiat Uno con el que recorrió el país. Pasó tres años elaborando modelos matemáticos que describían el comportamiento de la materia para gestores que renunciaban a su comprensión; los reunió en una carpeta y le puso por título Funciona, luego es cierto.
De su etapa como consultor (Barcelona) supo que no le interesaba la gestión empresarial, sino las personas que se empeñaban en dar forma a una idea. Durante un viaje de trabajo a Monterrey (México) un taxista le vendió una pistola y le habló de una vida de superación tras sus cuatro secuestros. Puso fin a una parte de su vida mientras caminaba junto a un zorro por las calles de Wimbledon (Londres) al término de una cena con desconocidos, soledades salvajes.
De vuelta a su ciudad natal, tras aceptar un trabajo confesable, conoció a su actual mujer. Vive con ella a tiempo parcial. En ocasiones hace una escapada y escribe un rato. Ella le dijo que el futuro es ahora.
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