Heriberto Frías (Querétaro, 1870 – México DF, 1925), periodista y escritor, testigo y partícipe
de la vida política y social del México revolucionario, nació en el seno de una familia de clase media
queretana, numerosísima de profesionales y hombres de letras (su tío Hilarión gozaba de gran fama
como periodista, crítico e historiador). Pronto el núcleo familiar se trasladó a la capital federal, en
busca de una vida mejor y al objeto de proveer el tratamiento médico del patriarca, militar retirado
al que aquejaban graves problemas de salud, y que finalmente murió en 1884, cuando Heriberto
apenas se había iniciado en la Escuela Preparatoria. Empobrecida la familia, Frías se vio obligado a
interrumpir su formación reglada y trabajar como repartidor de periódicos. Entregado por las noches
al estudio y la lectura, fue entonces que desarrolló la afección ocular que arrastraría en vida, al punto
de llegar a morir casi ciego, y que conoció los sinsabores de una existencia de miseria (llegando a pasar
ocho meses en el presidio de Belem acusado de robar cinco pesos a su patrón). A fin de solventar los
problemas económicos familiares y satisfacer sus ambiciones académicas, ingresó en 1887 en el Colegio
Militar de Chapultepec. Sin embargo, las dificultades financieras se agravaron, y antes de concluir
sus estudios, resolvió alistarse como oficial en el 9º de Infantería. Enviado a Tomochic en 1892, su
Batallón participó de la aniquilación de este remoto poblado rebelde, cruel episodio que marcaría
por entero su vida. Finalizada la campaña, sufrió una profunda crisis emocional y se entregó a la
bebida (problema que episódicamente reaparecería; y al que con el tiempo sumaría el consumo de
opio y marihuana). Trató no obstante de enfrentar sus frustraciones personales y sociales mediante
la redacción de las crónicas noveladas de Tomochic, que en 1893 serían publicadas por entregas en el
periódico de oposición El Demócrata. Encarcelado y juzgado por un tribunal militar, escapó casi por
milagro del fusilamiento, si bien no pudo evitar el licenciamiento. Tras un breve paso por la revista
Gil Blas, a principios de 1895 entró a formar parte de la redacción del renacido diario El Demócrata.
Fue entonces que comenzó a vivir –a su decir autobiográfico– su tragicomedia de bohemio periodista
rebelde, pasando de las redacciones a las cárceles, de las cárceles a las tabernas (y a los burdeles, podríamos
añadir) y de las tabernas a los hospitales. Durante aquellos días conoció las tribunas de la Revista Moderna,
El Mundo Ilustrado, El Combate y El Imparcial. En 1906, por invitación del periodista y político
José Ferrel, antiguo director de El Demócrata, se trasladó a Mazatlán, en la costa del Pacífico, donde
se hizo cargo del acreditado periódico El Correo de la Tarde, empleando aquella palestra para dar
rienda suelta a la polémica y adquiriendo gran fama como orador y periodista de oposición. Fueron
años fructíferos, que más tarde recordaría con cariño, en los que pudo encontrar un adecuado marco
para el desarrollo de su faceta más literaria. Con todo, la disidencia política y la convulsión que a la
sazón vivía el país le obligaron a escapar de la ciudad costera y retornar al Distrito Federal, donde se
adscribió al proyecto antireeleccionista y armado de Francisco I. Madero. Tras el triunfo de Madero
y la renuncia del general Díaz, Frías fue nombrado Subsecretario de Relaciones Exteriores. Pero los
acontecimientos de la Decena Trágica le obligaron nuevamente a huir. Se instaló en Hermosillo,
donde dirigió el periódico constitucionalista La Voz de Sonora (contrario al usurpador Huerta). Ya en 1914, lo encontramos dirigiendo La Convención, supremo órgano de la asamblea revolucionaria
congregada en la ciudad de Aguascalientes, a la que acompañó en su traslado a San Luis de Potosí
y más tarde a la capital federal. Sin embargo, los complejos avatares de la revolución mexicana le
pasarían factura. La victoria electoral de Carranza (1917) trajo para Frías el encarcelamiento por delito
de rebelión y la condena a muerte. Salvó la vida in extremis y abandonó momentáneamente la vida
política. Solo tras la caída de Carranza y el acceso al poder de Álvaro Obregón, que conciliaría a los
diversos caudillos revolucionarios, Frías volvería a la tribuna política. En 1920 fue nombrado cónsul
de México en Cádiz, retornado al país tres años después; agravados sus problemas visuales, padecía
ya una ceguera casi total. Murió finalmente en 1925. Su obra literaria es vastísima y contiene entre
otros destacados títulos: ¿Águila o sol?; El amor de las sirenas; El triunfo de Sancho Panza; Los piratas
del boulevard. Desfile de zánganos y víboras sociales y políticas en México; Miserias de México; Álbum
histórico popular de la Ciudad de México.