La vida de Juan Martín Martín de Vidales ha sido muchas cosas, pero ninguna
de ellas incluye la palabra fácil. Al año de casarse, le detectaron una desviación
de columna que resultó en 7 meses ingresado en el Hospital de la Paz en
Madrid, una placa para corregirle la desviación y una concesión de invalidez del
45 %. Tras esa nueva realidad, tuvo que dejar el trabajo que tenía y empezar
en uno en el que no tuviera que realizar esfuerzos físicos: como vigilante en un
garaje, lo que derivó en una familia de cuatro miembros intentando sobrevivir y
sacar a los hijos adelante como podían, contando cada céntimo, sobreviviendo
al día.
A los 63 años, le detectaron un tumor cerebral terminal, al menos, eso fue lo
que le dijeron. Para rematar su consecución de malas noticias, los doctores le
comunicaron que el tumor no se podía operar, con lo que procedieron a darle
radioterapia y quimioterapia y, tras ello, pudo regresar a su domicilio. Triste,
abatido y aburrido en casa, decidió llevar adelante una de sus grandes
pasiones: la de escribir. Por un lado, para darle salida al posible talento literario
que había sentido desde que tiene uso de razón, por otro, como terapia, como
catarsis de una vida quizás demasiado dura, demasiado injusta.