José Luis Martínez fue un hombre de libros. Vivió para leerlos y rodeado de miles de ejemplares, entre volúmenes inaccesibles y opúsculos raros, acompañado de todas esas voces que pueblan el silencio. Investigador infatigable y minucioso, Martínez trazó una radiografía detallada de la literatura mexicana con el mismo afán y empeños que exigía la carrera de medicina que no llegó a terminar. Para fortuna de las letras hispanoamericanas, se volvió entonces un médico de literaturas: diagnosticando los valores más sanos entre escritores de todas las generaciones y extirpando los cánceres y resfriados de los libros innecesarios o dañinos. Erudito sin pretensiones y lector voraz, Martínez trazó un plan de vida que le permitió también ser un raro funcionario funcional (cualidad encomiable entre tantos burócratas estorbosos), por lo que fue distinguido embajador de México en diversas sedes del extranjero y uno de los más importantes directores del Fondo de Cultura Económica. Fue, además, director del Instituto Nacional de Bellas Artes y promotor de no pocos empeños y empresas culturales del México moderno. Debemos a su vocación historiográfica la mejor biografía de Hernán Cortés, apuntalada con la valiosa aportación de cuatro tomos de Documentos cortesianos, conjunto que retrata fielmente y de carne y hueso la figura del célebre conquistador de la Nueva España. Por el mismo ánimo, debemos a Martínez las semblanzas fidedignas de Nezahualcóyotl y otros muchos poetas y escritores de distintas épocas de la historia literaria de México.
Obra monumental donde la erudición y el afán didáctico logran un equilibrio ejemplar. Hernán Cortés es la evaluación más ponderada y vasta que escritor mexicano alguno haya escrito sobre la polémica persona del conquistador.
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