Juan Manuel alcanzó el más alto rango que un redimido pueda alcanzar: una oveja que amaba a los hermanos. Profesaba una afinidad por el prójimo y la iglesia que tenía esencia de sacerdocio. Peleó «batallas de fe» de envergadura a favor de las almas, muchas veces sin resultados visibles. Sufría por la inmadurez, la ceguera y el pecado de los hermanos en la fe como sufren los padres por un hijo rebelde. Sólo compartió algunas reflexiones hacia el final de su vida, aunque las consideramos ciertamente fascinantes hasta el punto de sentirnos deudores de ellas. En su conjunto consideramos sus escritos como una isla en medio del agitado mar: tan llenas de libertad como de santidad y de verdad como de humildad. ¡Que sean como un bálsamo para ti en estos tiempos tan difíciles!
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