Francisco Hernández
En 1946, Francisco Hernández nació en San Andrés Tuxtla, Veracruz, un universo de variados sabores y colores diversos, poblado por habitantes que se vuelven fácilmente personajes, sobre un paisaje que combina la niebla y sus lluvias con largas extensiones de sembradíos de tabaco. A lo largo de toda la obra de Hernández predominan los nombres y los timbres de esa generosa región de México, hermanados tanto con el son Caribe y el fado de una melancolía mediterránea; su poesía lleva la música callada de las sílabas que conforman los increíbles nombres de las personas y los indescriptibles sabores de las frutas o las flores. Sin embargo, la poesía de Francisco Hernández no se limita a la geografía de sus entrañas, pues apela a silencios y emociones universales: ha cantado los íntimos desasosiegos que asolaron los ánimos del compositor Robert Schumann, el paisaje imaginario de Borneo o la soledad y sus murmullos de Georg Trakl. Hernández ha sabido versar el sotavento natal y la vasta geografía que le es común a todos los hombres: la que se deletrea en la oscuridad, la que une y separa a los amantes, la que se escucha en la piel. La misma que rumorean los mares. En 1982, ganó el Premio de Poesía Aguascalientes; en 1993, el Premio Carlos Pellicer para obra publicada y, en 1994, le fue otorgado el Premio Xavier Villaurrutia. Ha publicado Gritar es cosa de mudos (1974), Cuerpo disperso (1982), Mar de fondo (1983), Oscura coincidencia (1986), En las pupilas del que regresa (1991), Moneda de tres caras (1994), Poesía reunida (1996), Mascarón de prosa (1997), Las gastadas palabras de siempre (2000), Soledad al cubo (2001), De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (2002), Óptica La Ilusión (2002), Diario invento (2003) y Aforismos (2003). Ha sido becario de la Fundación Octavio Paz, del Instituto Veracruzano de Cultura y del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
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