Antonio Lafuente
Nació el 5 de mayo de 1966 en el madrileño barrio de Chamberí, aunque desde los cuatro años se crió en la República Independiente de Vallecas, distrito que le brindó uno de los dos únicos pasaportes que reconoce en cuestiones de identidad.
Hijo de agricultores y artesanos por generaciones, se convirtió en el primero de su familia en acceder a la Universidad, donde pudo cumplir un sueño que tuvo a los siete años, el de ser periodista; título que, con el tiempo, se convirtió en su otro pasaporte identitario.
Gracias a ese título y a un sin fin de gente buena que le ayudaron en la vida, Antonio ascendió en la escala social (vista en meros términos económicos) hasta formar parte de ese tres o por ciento de la población mundial al que, por nivel de ingresos, pertenece la clase media de los países occidentales; una especie, esta de la clase media, ahora en peligro de extinción.
Periodista de la agencia Efe durante veinte años, los primeros cinco los pasó como reportero de la sección de Tribunales, Justica e Interior, donde empezó la difícil tarea de intentar comprender algunas de las más brutales realidades de la vida, como las que nacen de la política, el terrorismo o la violencia de género, por poner sólo unos ejemplos.
En esa aspiración por descubrir las complejidades del alma humana y las sociedades en las que habita, afán acrecentado por el rasgo nómada que adquirió de sus padres emigrantes, comenzó la carrera como corresponsal, que le llevó a lugares tan dispares como Ginebra, Jerusalén, Nueva York o Roma.
En la actualidad, sin haber renunciado a seguir investigando el alma humana, trabaja para las Naciones Unidas, en la sede de Nueva York.
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