Rodolphe Töpffer
Hijo del pintor y caricaturista Wolfgang-Adam Töpffer, Rodolphe nació en la próspera y cosmopolita Ginebra a comienzos del año 1799. Disfrutó de una infancia sana y feliz, siguiendo la afectuosa guía de su padre, que le inclinó hacia el estudio de las artes. Durante su adolescencia, llegó a conocer y apasionarse por la obra de William Hogarth, que le causó una honda impresión («las expresiones de crimen y virtud que este moralista pintor grababa enérgicamente en los rostros de sus personajes suscitaron en mí esa atracción mezcla de turbación que un niño prefiere a cualquier otra cosa») y le inició, a su propio decir, en el placer de la observación de los hombres, todo lo cual resultaría determinante en su carrera como historietista. En 1816, terminó sus estudios secundarios en el Collége de Ginebra; fue entonces que se manifestó la enfermedad ocular que a la postre le impediría seguir los pasos de su padre (y que heredaría de su madre, aquejada igualmente de problemas en la visión y que murió ciega). En 1819, viajó a París en compañía de algunos de sus amigos; durante su estancia, que se prolongó por espacio de varios meses y en la que consultó a algunos reputados especialistas en oftalmología, asistió a diferentes cursos y frecuentó los ambientes artísticos de la capital francesa. Con todo, sus problemas oculares se recrudecieron; y a su retorno a Ginebra, ya en 1820, decidió, con gran pesar, renunciar a su carrera como pintor, iniciándose en el estudio de las letras. Liberado del servicio militar a causa de su enfermedad, en 1822, ingresó como profesor asistente en una institución privada, impartiendo clases de Latín, Griego y Literatura Antigua, y efectuando, a la sazón, sus primeras travesías alpinas al frente de sus escolares (de gran importancia posterior). Hacia finales de 1823 contrajo matrimonio con Anne-Françoise Moulinié; fruto de esta unión nacerían seis hijos (dos de los cuales, gemelos, apenas vivirían un mes). La cuantiosa dote de su mujer le permitió fundar, un año más tarde, un distinguido pensionado para jóvenes, en su mayor parte extranjeros (procedentes de familias acomodadas, que deseaban para su hijos una educación cualificada), que dirigió hasta poco antes de su muerte, acaecida en 1846. Entretanto, publicó su primer ensayo, Harangues politiques de Démosthène, sentando plaza de clasicismo e inaugurando su muy fecunda carrera como escritor (cultivando casi todos los géneros y subgéneros literarios: ensayo, teatro, novela, relato, relación de viaje, epístola, crítica artística, opinión periodística y, cómo no, cómic). A partir de 1825, habituó realizar, durante los períodos vacacionales, largas excursiones con sus pupilos a través de los Alpes suizos, franceses e italianos; viajes que le procuraron abundante material para su exitosa serie de relaciones ilustradas Voyages o Voyages en zigzag, y que desde entonces, y hasta 1842, produjo a un ritmo de casi dos obras por año. En 1827, dibujó la primera de sus histoires en images: Les amours de Monsieur Vieux Bois. Esta historieta, y la mayor parte de las que le siguieron (creadas entre 1827 y 1831), surgieron para divertimento de sus alumnos y allegados, que las recibieron con delectación y contribuyeron a su estímulo, si bien, por causas que nos parecen justificadas, Töpffer evadió su inmediata publicación, que solo formalizó pasados unos años (diez, en el caso de Vieux Bois). Entretanto, circularon algunas copias de su mano, como las que hacia finales de 1831, Fredéric Soret, amigo de Rodolphe y preceptor de los hijos del Gran Duque de Sajonia-Weimar-Eisenach, hizo llegar a un ya anciano Goethe. Sería la cálida y favorable acogida dispensada por el genio alemán, publicada post mortem en el diario Kunst und Alterthum, lo que sin duda llevaría a Töpffer a replantear su postura; con todo, el suizo prefirió mantener una cierta distancia respecto de la paternidad de sus álbumes, limitándose en vida a firmarlos con sus iniciales o empleando el pseudónimo Simon de Nantua. Sea como fuere, a su efectiva publicación también coadyuvó una innovación técnica: la autografía, un novedoso procedimiento litográfico (que Töpffer encomió con su habitual sarcasmo –uno de esos descubrimientos que han cambiado la faz del universo y el devenir de la humanidad–, y sobre el que incluso llegó a teorizar), que le permitía volcar directamente sus dibujos del papel a la piedra, todo a bajo coste, sin participación de terceros (caso del artesano al que se confiaba el proceso y que reinterpretaba las imágenes del autor), sin inversión especular (como ocurría con la litografía) y sin menoscabo alguno de la vibrante riqueza de su trazo (pudiendo conservar los textos manuscritos y evitando de este modo el recurso a los tipos de imprenta). Fue así que en 1833 vio la luz la primera de esas histoires: Monsieur Jabot, obra autoeditada (con una tirada inicial de 800 ejemplares; y para la que escogió un formato oblongo; el mismo que explotaría, casi tres cuartos de siglo después, la tira cómica) y a la que el proceso autógrafo aportó unidad visual y psicológica en su naturaleza mixta...
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