Por fin
Llegados a este punto de la reflexión se imponen varios sentimientos fuertes y encontrados con un denominador común: la angustia. ¡Vaya panorama! Pero ya se sabe: la angustia es el precio de la lucidez. Lo dijo Bertrand Russell, una de las personas que nos reconcilian con el género humano: se puede ser feliz si no te enteras de lo que sucede; pero no quiero ser feliz a condición de ser imbécil.
Aún así, es grato volver a constatar que, como a Boecio, la filosofía ofrece un consuelo, el de que “el pensamiento es libre”; Cicerón lo sabía bien; en realidad el pensamiento es lo único verdaderamente libre que tenemos. Usémoslo: nos permite entender, más o menos, lo que pasa y eso tiene un efecto balsámico sobre nosotros: convierte nuestra angustia en cabreo lo cual es más sano, porque nos empuja a la acción.
Por otro lado, también es grato saber que siempre habrá un Tersites dispuesto a que no le tapen la boca, aunque corra el riesgo de acabar como él a manos de los esbirros de Agamenón.
La lectora o lector avispado habrá observado que, aunque mucho peor escritas, estas páginas tratan en esencia los mismos o parecidos asuntos, aunque de distinta manera, por las circunstancias actuales, que los problemas que abordan Platón en su República y Aristóteles en la Constitución de Atenas y en su Política: por la razón ya argumentada de que los problemas que se sigue planteando nuestra especie tampoco han variado en esencia desde la época griega.
Las preguntas de la Filosofía siguen siendo las mismas, y si eso es así, nuestra especie debería caer en la cuenta de que es porque no tienen remedio o solución; pero ello no evita la perentoria necesidad de seguir dándoles vueltas; afirmar que la historia ha acabado es una pedantería y un infantilismo insufribles. Como dice Gray, hay que asumir con realismo que nunca habrá un paraíso en la Tierra y que los conflictos seguirán porque son un componente básico de nuestra estructura personal y social.
Sin embargo, parece llegada nuevamente la hora de indignarse. No puedo evitar cerrar estas páginas con un homenaje vital, apasionado, solidario, a Stéphane Hessel y su perentorio manifiesto, prologado en español por otro anciano infatigable como él, José Luis Sampedro. La juventud de su espíritu les hace envidiables y da aún más urgencia a su llamada a la indignación y la rebelión: lo que comenzó siendo un puro medio, un instrumento para facilitar el intercambio de productos entre las personas, el dinero, la unidad de cuenta, se ha convertido en el fin de un grupo de financieros desalmados que han generado tanto perjuicio y dolor a nuestra especie como Hitler, Stalin y demás, si bien no con un terror tan manifiesto, sino mucho más soterrado, pero no menos cruel, y, desde luego, tan desvergonzado e impune, a la luz del día y cobrando sobresueldos pagados por los mismos a los que han esquilmado. ¡Y no han ido a la cárcel!
Por otro lado, a pesar de no ser creyente, resuena en mí el comienzo de la 1ª carta de Juan evangelista: “Scribo vobis iuvenes, quoniam fortes estis…”: Os escribo a vosotros jóvenes, porque sois fuertes…
Eso desearía, en efecto, a los jóvenes, chicas y chicos de hoy: que fuerais fuertes para indignaros y sublevaros. Cuando ya las fuerzas van abandonando a los que con mayor o menor fortuna hemos empeñado casi toda nuestra vida en la dura lucha por la justicia, la solidaridad… nuestro deseo – espero que no sea vano – es que la fuerza de los jóvenes, ahora, empuñe la antorcha que nosotros vamos dejando a nuestro pesar. Es la escultura que todavía permanece frente a la fachada central de la Facultad de Medicina de Madrid: la estatua del jinete que a lomos de su caballo se agacha hacia el caído y recoge la antorcha que en agónico esfuerzo le levanta el derrumbado corredor que va a sucumbir al término de su carrera: el relevo, el necesario e imprescindible relevo para que no nos sintamos avergonzados de pertenecer a esta especie nuestra.
Y en estas estamos. La Filosofía no ha muerto, porque cada vez que una persona utiliza la razón “para ver lo que pasa e interpretarlo”, como un nuevo Pitágoras, está practicando eso que en la cultura occidental se llama Filosofía; en el principio era el verbo, la palabra, el uso teórico de la razón; pero como señalan muchos desde Kant, al uso teórico de la razón le debe acompañar, sin solución de continuidad, el uso práctico de la misma, es decir, la razón práctica que nos empuja a transformar la realidad en el sentido que creemos “debido”, justo. Sin esos dos usos de nuestra Facultad más preciada, la razón, porque nos distingue de los animales irracionales, nos quedaríamos, como dice Ortega, “estupefactos”, es decir, hechos unos estúpidos, y eso, ya lo avisó el viejo Platón, “no es vida para un hombre”.
La Filosofía no ha muerto, digo, pero es difícil encontrar otra salida que no sea la de imaginarnos a Sísifo dichoso. Llegados a este punto, acabadas las utopías, al menos las hasta ahora existentes, la historia sigue tozudamente su curso sin un fin previsto, sin un propósito discernible, y solo mantiene su sentido la vieja pregunta de Platón y Aristóteles: ¡Reina la injusticia en la Ciudad! ¿Qué hacer para que vuelva a ser justa?
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Título : FILOSOFIA PARA PENSAR POR LA CALLE
EAN : 9788499837369
Editorial : VISION NET
Fecha de publicación
: 1/2/13
Formato : PDF
Tamaño del archivo : 6.89 mb
Protección : Adobe DRM
El libro electrónico FILOSOFIA PARA PENSAR POR LA CALLE está en formato PDF
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