Nacido en Alcalá de los Gazules (Cádiz) en 1853 y de ardiente juventud republicana, se revalidó en la Facultad de Medicina, praxis hipocrática que le producía sobresaltos al no ser, como él deseaba, una ciencia exacta, recelando de emitir juicios a sabiendas de que era la vida del paciente la que sufriría las consecuencias. Prisionero durante la guerra carlista, la muerte de su primera esposa, a la que fue incapaz de curar, lo sumió en una postración de la que lo alivió su prima, renunciando a su plaza de médico titular para matricularse en Madrid en Derecho, momento que aprovechó para practicar su aletargada afición a la escritura y más tarde ganar oposiciones de notaría. Alcanzó, sin importarle la edad para ello, cuatro de sus sueños: «Vivir alejado de la política, que me es repulsiva. No ejercer la Medicina. Obtener en modesta esfera, aunque superior a mis méritos, la consideracion y el aprecio de mis convecinos. Y gozar de paz en la conciencia, base firmísima de toda felicidad».
Aunando folklore, ciencia y literatura -a veces quinteriana-, el trabajo que
ahora se reedita sobre los velatorios, de los que su autor, por razón laboral,
conocía todos sus entresijos, constituye hoy un valioso exponente de las
raíces más profundas del sentir hispánico, que se hunde en el ancestral culto
al más allá, o, como en este caso, al paso de la vida a la muerte con su larga
serie de accidentes mundanos transmitidos por herencia natural, que
constituyen para la antropología un precioso venero informativo. Como explica
Herskovits, «la cultura llena y determina ampliamente el curso de nuestras
vidas, y, sin embargo, raramente se entremete en el pensamiento consciente».
El velatorio, _velorio_ o, sencillamente, _vela_ de difuntos se realizaba tras
la mortaja o preparación del cadáver para su posterior acomodo en la caja
donde había de ser conducido a la sepultura. Costumbre mortuoria ya en desuso
en las viviendas particulares al haberse desplazado a los actuales tanatorios,
las mujeres, antaño, se colocaban en la sala del muerto sentadas alrededor de
la cama, donde lloraban, rezaban y chismorreaban, mientras que los hombres, en
habitación aparte, fumaban y departían, a veces en divertida concurrencia,
entrando y saliendo por la más cercana puerta hacia la taberna. Todos
degustaban anises y pequeñas delicias de la repostería popular, nada
discordantes con el duelo. El autor narra hasta el mínimo detalle de aquellas
tristes veladas, en las que el chiste o el equívoco, incluso la broma
chocarrera, causaban, si cabe, mayores carcajadas entre los asistentes, o
donde haberes y herencias se conjugaban con la generosidad o tacañez de quien
era honrado de cuerpo presente.
Título : Los velatorios (1886)
EAN : 9788499860022
Editorial : Facediciones
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