Esa suerte de revelación es lo mejor que me puede ocurrir en cualquier momento, es lo que espero cuando abro un libro: que me lleve a entrever o descubrir cosas en mí y en el mundo, en mi mundo; que resuene como si estuviese dentro de mí y yo dentro de él, y no en mis manos; que me haga estar completamente, revelado. Pero eso me sucede muy de cuando en cuando, como probablemente le pasa a cualquiera. No puede ocurrir ni en todas las páginas ni a cada paso que voy dando. Es una pena que no se repita más a menudo, siendo un placer tan grande y solitario, un milagro que no le hace mal a nadie, pero con el tiempo lo vamos penosamente aceptando: para que lo bueno exista no puede durar mucho, y mucho menos durar para siempre.
Abrí este libro que ahora tienes en las manos como una obligación más, como un trabajo que podría haber aplazado sin más consecuencias. Entré a caballo de mis prejuicios, buscando el desastre de ver la lengua usada para decir banalidades, empuñando la espada de creer cruel y piamente en el séptimo postulado del Tractatus de Wittgenstein: “Todo lo que puede ser expresado en absoluto puede ser expresado claramente, y sobre aquello que no puede ser expresado debemos guardar silencio”. Escarnecí a José Luis por ese amor otoñal en lugares comunes que se presenta en los primeros poemas. Intenté ponerle un rostro a esa mujer con la que habla. Vi su perfil a contraluz y su melena desordenada sobre la almohada. Confronté el cansancio estoico y la tibieza que recorren sus páginas con mi querencia por la pasión y la ira adolescentes. Estuve a punto de condenar el libro y tirarlo a la hoguera del desprecio o de la indiferencia... Hasta que llegaron estos versos:
"esta colección de mañanas agonizantes prestadas junto a cualquier iglesia, a la que le han quitado, como a mí, su campanario inquieto a cada hora en punto”
No sé por qué resonaron con tanta fuerza en mí esos versos ¡que responda Dios cuando le toque!, solo sé que con ellos llegó la epifanía y tuve que parar. No consigo recordar por cuánto tiempo estuve así antes de volver a leer los mismos versos varias veces, hasta balbucear y sonreír contento por haber pasado por donde pasan la belleza o la verdad. Hasta que, finalmente, volví a la tierra cansada para colocar frente al espejo mi arrogancia y la estúpida maldad y pedantería que alimentan mis prejuicios.
A partir de ese instante y de ese campanario inquieto se abrieron las puertas y empecé a entender y a crear en mí este Centro Comercial. Quise haber sido el autor de varios fragmentos de este poema largo con su fondo gris plata, gris claro, ese paisaje necesario y narrativo al que se asoman imágenes como joyas. Para llegar a la montaña hay que pasar antes por la llanura, que es otro de los hallazgos de este poemario: la llanura de escribir para ser entendido. La poesía no tiene que ser un acertijo, un enigma, un objeto cerrado sobre sí mismo como una almendra incomprensiblemente dura. A lo máximo a lo que puede aspirar es a estar en el tiempo indeterminado de la creación y a acompañar al lector hasta ese instante en que él mismo experimente la ejecución de su propia creación, de su propia comprensión.
Así se fueron repitiendo durante mi lectura esos momentos de deslumbramiento, de montaña inexplicable. Y ahora que ya bajo con este objeto deleznable entre las manos, vengo repitiendo en voz baja y escribiéndolo en esta hoja electrónica: que es bueno que de vez en cuando se nos vaya el santo al cielo y que nos lleve con él, colgaos, como en un rabo de nube. Es bueno dejarse llevar, entrar en sintonía, aceptar que no pasará un día en que no estemos, aunque sea por un instante, en el paraíso. Y admitir sin reservas que no hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, como clamaba el ciego Borges en el prólogo de Los conjurados (1985).
J. León Acosta
Este poemario que ahora tienes entre tus manos, fue escrito despacio, sin muchas prisas, pero con el convencimiento que debía terminarse antes que llegara de nuevo el otoño. A lo largo de un año, de septiembre a septiembre, cada vez que íbamos al Centro Comercial “Forum Algarve” de Faro, mientras Cinta pajareaba viendo escaparates y dando rienda suelta a su imaginación de espontánea decoradora, yo saboreaba una bica y una Agua das Pedras, mientras leía la prensa y algún poemario recién llegado.
Tras la lectura, surgían unos versos tras otros para conformar un poema o dos, quizás tres o cuatro como mucho, porque tampoco hacían falta más, y así iba cogiendo forma, o no, este poemario. Me imaginaba muchas veces a mi ahijada Celia, enamorada de la moda y aprendiz de bloguera. Otras soñaba con mi nieta, cuya llegada tanto deseaba, para verla ir de compras e incluso, acompañarla llevándola de mi mano. Por eso, cuando Marina, a la que había pensado cientos de veces, se hizo realidad quise que tuviera este libro entre sus manos , como si hubiera ido a buscarlo a la librería de mis sueños.
Y así nació Centro Comercial, un poemario para Marina, mi nieta, que junto a Mateo, hacen que mi vida se parezca a ese campo de almendros en flor de la Cuesta del Parador.
Ah¡ espero que te guste, pequeña.
José Luis Rúa Nácher
Título : CENTRO COMERCIAL
EAN : 9788499938509
Editorial : WANCEULEN EDITORIAL
El libro electrónico CENTRO COMERCIAL está en formato PDF protegido por Adobe DRM
¿Quieres leer en un eReader de otra marca? Sigue nuestra guía.
Puede que no esté disponible para la venta en tu país, sino sólo para la venta desde una cuenta en Francia.
Si la redirección no se produce automáticamente, haz clic en este enlace.
Conectarme
Mi cuenta